Las Mucachi descubren el fuego que no quema

Las Mucachi descubren el fuego que no quema


Graciela Pereira se presenta como “autóctona y en vías de extinción”. Sentencia que nadie le va a robar los sueños.

Al que pasa le tira unos pasos con la música de Alcides que suena de fondo. Se celebra en San Jacinto el Día de la Mujer Rural, entonces se ríe, bromea con doble sentido, gesticula y dibuja con sus manos “como pájaros en el aire”

“No le tengo miedo a nadie ni a nada” desafía. Al boleo siembra el “respeto” en la Fomento de Canelón Chico como semilla de cuidado que germina en el grupo MUCACHI que fundó hace 30 años.

Son un colectivo de mujeres rurales que venció todas las barreras para reivindicar el rol de la mujer en la familia, en la comunidad y en su desarrollo personal.

Se limpia las lágrimas cuando nombra a Jonathan,  el primer varón que designó tesorero de la versión mixta de Mucachi con 8 años, una caja de cartón y una advertencia  “si acá falla algo Jonathan , vos sos el culpable”

Entre risas y pucheros comenta a media voz, “estaba más para jugar a la bolita o tirar con la onda a los pajaritos … pero en ese instante pasó a ser un empresario de su hogar y él asumió la responsabilidad” … “en el momento que estaban con nosotras estaban educados a nuestra manera … ahí aprendieron a compartir a cuidar ese peso para comprar harina y hacer tortas fritas” y a desarrollar “la empatía por el otro”. 

“Los maridos quisieron quemarme como una Judas el 24 de diciembre”

La lucha de Graciela y las primeras Mucachi tuvo como escollos a quienes hoy son aliados fundamentales y hasta llevan los pañuelitos verdes que distinguen a las mujeres cuando ellas se los olvidan.

“Esos maridos que hoy son mis hermanos y son capaces de matar por mi , un 24 de diciembre estuvieron a punto de quemarme como un Judas” cuenta Graciela graficando la resistencia machista en el año 1994.

“El esposo no las dejaba ir a comprar el pan, las hacía andar con esos pañuelos blancos que les tapaban hasta los ojos …era como apoderarse de esa mujer, de esa leona que tenía en las casas, que era la madre de sus hijos, era la novia, la amante, la mujer, la sirvienta, la que trabajaba en el campo…” cuenta con mezcla de indignación e indulgencia.

“No era nada malo que ella tuviera esas horas de regocijo e ir tímidamente a contarle a los maridos lo que estábamos haciendo”.

A las Mucachi, hoy nadie las manda, pero las rige una organización fuerte como el carácter de Graciela que, si bien no prohíbe los celulares en la reunión de la Fomento, deja en evidencia al que lo revisa en el encuentro y le anima a que comparta el contenido con el resto, como si de rezar un padre nuestro o un Ave María se tratase.

El que “se pone rojo como un tomate” pierde dice Graciela recuperando una risa con particular mezcla de ternura y herejía.

A esta valiente Juana de Arco que logró escapar de la hoguera y dominar el fuego con el que cocina delicias y templa las almas … el sol.  

Alejandro Montandon